Era un cani en toda regla y su coche no desentonaba. Todos los conocían por el ruido que hacían al pasar, la suciedad, la cutrez y los alaridos.
Muchas noches de Sábado habían despertado a los vecinos a las tantas de la mañana, colocados a más no poder dando acelerones y petardeando por todas las calles del barrio.
Él era muy ignorante. Había abandonado la escuela después de que le fueran pasando de curso en toda la secundaria. Llegó a cuarto con la mente podrida, quemada por los porros y ahogada en alcohol barato. Se había morreado con todas las chonis del instituto y había pegado a bastantes compañeros, ayudado siempre por su pequeña cuadrilla de animales. Él en sí era muy cobarde pero no era tan tonto como para ir desprotegido, bien con armas, bien con amigotes.
Todos le tenían ganas así que cuando una mañana de Domingo se corrió la voz de que lo habían inflado a golpes, una callada sensación de alegría y alivio recorrío muchas casa de la vecindad.
Por lo que contaron luego sus colegas, yendo borracho como siempre a las tantas del Sábado, estuvo a punto de atropellar a dos tipos muy extraños que se le quedaron mirando, atravesados en el paso de cebra mientras él venía lanzado a toda velocidad. Aparentemente iban vestidos de oscuro, y los ojos tenían un maligno brillo verde
Como era un mierda, en el momento de la verdad dió un volantazo descontrolado y se estampó contra unos contenedores de basura que había un poco más allá. Uno que dijo haberlo visto todo desde la esquina del callejón, afirmó que atravesó a los dos tipos como si fueran fantasmas, lo cual puede ser verdad o puede ser un síntoma de que no era un testigo fiable. Su narración continuaba cuando las dos sombras se acercaron corriendo al vehículo como si se deslizaran. Abrieron la puerta del conductor con fuerza sobrehumana. Arrancaron el cinturón de un tirón y sacaron al macarra a rastras. Una vez fuera, le dieron la paliza de su vida. Le saltaron la mitad de los dientes a puñetazos, le arrancaron la ropa y medio en bolas lo cubrieron de patadas. Uno de ellos le reventó las costillas a codazos. Todo estuvo perfectamente medido. Ni un sólo golpe mortal, pero sí una enorme cantidad de dolorosos palos: Además del pecho, le partieron las rodillas y le reventaron las muñecas. Le aplaudieron en los oidos hasta estar seguros de haberle rotos ambos tímpanos y le patearon los bajos hasta garantizar que no tendría nietos.
Después de molerle concienzudamente cada hueso, incluyendo quebrarle los brazos y partirle los tobillos, mientras el tipejo se retorcía, chillaba, lloraba y babeaba, el otro sacó una navaja y limpiamente le sajó ambas orejas, le cortó la nariz y le tatuó "bobo" en la frente. Después le abrieron la boca mellada y le hicieron tragar los dos pingajos sanguinolentos.
A continuación, nadie sabe cómo, incendiaron el coche que ardió con unas extrañísimas llamas de color verde y quedó convertido en un pegote sin forma.
El tipo sobrevivió y después de 30 días en el hospital volvió a su casa donde sus padres se lamentaron de la desgracia que les había caido con semejante imbécil. Hace ya un mes que regresó y no ha salido a la calle. El barrio es ahora un lugar mucho más tranquilo.
Me cuentan que ha estado pensando en suicidarse pero que hace dos días recibió una carta. Este lerdo no había recibido una carta en su vida. Venía en un sobre de color crema, con un precioso papel verjurado, manuscrita con letras rojas, un extraño sello y sólo una breve frase: "Te espero con deleite", firmado "Escrutopo".
A partir de ese momento, el mierda comprendió que eso tampoco era una opción.